No soy constante (y aún así hago cosas)

Siempre me ha costado ser constante.

No porque no quiera, no porque no lo intente… simplemente, a veces no puedo. Hay días que todo fluye, tengo claridad, motivación y hasta ganas de organizar mi agenda y actividades.
Y hay otros en los que me pierdo en Instagram, se me va el día entero, y me cuesta hasta responder mensajes.

Por mucho tiempo, pensé que eso era un defecto.
Que para ser buena en lo que hacía, tenía que ser constante. Que si no publicaba contenido cada semana, si no seguía una rutina perfecta, si no me levantaba a las 5:00 am… entonces no era suficientemente profesional.

Spoiler: eso solo me hizo sentir más culpable.
Y la culpa, curiosamente, tampoco ayuda a ser más constante.

Lo que cambió

Con el tiempo entendí algo:
la constancia no es una meta… es una consecuencia.

Y cuando no está, no significa que todo esté perdido. Significa que quizá necesitas descansar, cambiar el ritmo, repensar lo que estás haciendo, o simplemente dejar de exigirte tanto.

Porque sí: no soy constante.
Y aún así, diseño sitios, escribo, aprendo, acompaño procesos, me equivoco y vuelvo a intentar.

Lo que sí tengo

No tengo disciplina militar, pero tengo intención.
No tengo rutinas de productividad perfectas, pero tengo momentos de enfoque real.
No tengo constancia eterna, pero tengo claro lo que me mueve. Y eso siempre me trae de vuelta.

Y con eso, sigo creando.
A mi ritmo. A mi manera. Con pausas cuando las necesito.

Si tú también sientes que "no puedes porque no eres constante"...

Quiero decirte esto:
No necesitas estar en tu mejor versión para empezar algo.
Solo necesitas empezar.

Tu ritmo es válido. Tu manera de avanzar también.
Y si necesitas acompañamiento en el camino, ya sabes dónde encontrarme.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Comparte esta publicación

Si algo de esto te hizo clic…

puede que sea buena idea nos tomemos un café (virtual)