Tomé muchos cursos antes de atreverme a hacer mi primer sitio.
Y no me malinterpretes: me encanta aprender (y sigo tomando muchos cursos).
Soy la típica que abre un Google Doc, organiza docenas de carpetas o crea mil proyectos en Notion para ordenar sus ideas.
Guardo enlaces, miro tutoriales y compro plantillas… aunque no siempre las use.
Pero hubo algo que ningún curso me enseñó:
la incomodidad de enfrentarte a una página en blanco cuando tienes que diseñar algo real para alguien real.
El sitio feo
Mi primer sitio no era bonito.
El espaciado estaba raro, los colores no combinaban del todo y me costaba organizar los textos.
¿Y sabes qué? Funcionó.
Funcionó porque me hizo salir del “modo estudiante” y entrar en el “modo creadora”. Porque me obligó a resolver, a tomar decisiones, a dejar de buscar respuestas externas y a empezar a construir desde lo que sabía (y también desde lo que no).
La práctica es otra maestra
Los cursos me dieron bases, sí. Pero fue en ese primer intento —feo, imperfecto, funcional— donde aprendí de verdad:
- cómo simplificar lo que parecía complejo,
- cómo ordenar las ideas de otra persona,
- cómo tener paciencia con lo que no salía como quería.
Y sobre todo, aprendí a soltar la idea de que todo tiene que verse increíble para tener valor.
Si tú también estás esperando “saber más” antes de empezar…
Hazlo igual.
Hazlo feo si hace falta.
Hazlo sabiendo que el primer intento no será perfecto, pero sí necesario.
Porque nadie aprende a diseñar (o a emprender) solo viendo videos.
Hay que mover las manos. Equivocarse. Publicar algo que después vas a querer borrar. Y volver a empezar.
Ahí está el verdadero aprendizaje.
Y si quieres hacerlo acompañada…
Estoy por aquí.
No para corregirte, sino para ayudarte a ordenar, elegir y avanzar.


