No todos los proyectos terminan bien (y eso también me enseñó algo)

Cuando empecé, pensaba que cada persona que me escribiera se convertiría en cliente.
Que si yo daba todo de mí, si escuchaba con atención, si entregaba propuestas bien pensadas… todo saldría bien.

Spoiler: no fue ni es así.

Hay proyectos que nunca empiezan.
Otros que empiezan… y se quedan a la mitad.
Y algunos que me dolieron más de lo que me gustaría admitir.

La vez que me dejaron de responder

Una persona parecía entusiasmada. Tuvimos reuniones, compartimos ideas, yo empecé a planear…
y de pronto, desapareció.

No hubo un “ya no quiero”, ni un “gracias pero no”.
Solo silencio.

Y aunque racionalmente entendía que eso no tenía que ver conmigo,
en el fondo me sentí rechazada, frustrada y dudando de mi valor.

La llamada incómoda

También hubo alguien que me pidió el precio en la primera llamada.
Sabía que hacer una web lleva tiempo, incluso era programador.
Pero al decirle un aproximado, respondió que era carísimo.
“Eso es muy sencillo. Yo podría hacerlo… solo que no tengo tiempo.”

Y aunque sabía que no era el cliente ideal, su comentario me dolió.
Porque me recordó esa vocecita interna que a veces me dice: no eres tan buena, estás cobrando de más.

El proyecto que superaba mis habilidades

Una chica quería una tienda online para su marca de ropa.
Su visión era enorme, tipo Shein.
Nos reunimos dos veces, la escuché con atención, armé una propuesta completa… y al final, dijo que no.

Y lo entendí. Pero también me agotó.
Aprendí que ese tipo de proyectos no son para mí.
Requieren mucho tiempo, mucho esfuerzo… y, al menos en mi experiencia, no se valoran como deberían.

¿Por qué cuento esto?

Porque por mucho tiempo me guardé estas historias.
Sentía que hablar de fracasos me hacía ver menos profesional.
Pero ahora sé que estos casos también me formaron.

Me enseñaron a poner límites.
A reconocer mis habilidades, pero también lo que no quiero ofrecer.
A entender que no todo rechazo es personal.
Y a no romantizar el proceso de emprender.

Hoy me duele menos

¿Aún me afecta cuando algo no se cierra? A veces, sí.
Pero ya no me tumba. Ya no me hace dudar de todo.
Porque sé que lo que ofrezco tiene valor.
Y que no todos lo van a ver… y eso está bien.

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